sábado, abril 02, 2011

81 minutos

La Capullana, Santiago de Surco, 2 de abril de 2011, 12:50am.

La sexta cerveza. La enésima historia compartida. El eterno misterio de que nadie entienda el contacto con dosis controladas de maldad no como práctica regular sino como introspección profunda y como encuentro con esquinas y dobleces insospechados de la especie. Tu tercer cigarro. Mi bicicleta lista, y te pierdes la aventura por no querer subirte a la tuya.

Avenida Benavides, Miraflores, 2 de abril de 2011, 1:00 am.

Jamón del país, mostaza, ketchup, un poco de ají, cebolla, salsa de aceituna, papitas al hilo, chicha morada.
Una mosca impertinente. Una conversación ajena sobre gente de balnearios finos y perros.

La Capullana, Santiago de Surco, 2 de abril, 1:40am.

Es una noche cerrada para cualquiera, pero no para quien puede encontrar el cielo sobre fondo amarillo. La sospechosa vecindad de la psicopatía en la conclusión de que frente a luces conocidas, gestos moldeados y frases hechas, el silencio es largamente mayor premio como respuesta...

Aquí mismo, 1:50am.

Demasiado sonido de los objetos plásticos para que fueran cucarachas lo que caminaba sobre ellos. Demasiada lentitud y torpeza para que fueran ratones. Sin perder un ápice de su magia pese a ser un ritual demasiadas veces repetido, el encuentro entre las mejillas y tres gotas de agua resuelve el misterio. Siete minutos de lluvia de gotas grandes.

Sin irme de La Capullana, 2:11am.

Las calles están tranquilas, los caminos están despejados. Todo allí afuera parece intencionalmente quieto. Hay más silencio y sin embargo ese pensamiento no me deja: la libertad está en cerrar los ojos, y cada mañana hay algo de cárcel en hacerse a la idea de pasar tantas horas con los ojos abiertos...